Cuando el bebé nace, cuenta en este artículo de Ser Padres, se siente perdido con tanto espacio a su alrededor. Sus brazos y piernas responden con espasmos si no encuentran pronto un límite físico que lo contenga. Acaba de salir de un saquito en el que estuvo completamente recogido, calentito… Era lo que necesitaba y lo que, de alguna forma, sigue necesitando. Por eso, envuelto como un gusanito en el arrullo del bebé se siente relajado, confiado, seguro.
Los estudios demuestran que envolver al bebé con el arrullo favorece el sueño, pues se reducen los despertares espontáneos durante la noche, y alivia el llanto (a veces cesa inmediatamente), porque la contención física relaja el sistema nervioso.
La técnica es muy eficaz con los recién nacidos, pero hay que ir limitándola conforme crecen. En el segundo mes de vida el bebé necesita más libertad de movimiento y hacia los tres meses muchos dan señales de que no quieren ser envueltos. Otros quizá sigan necesitándolo para dormir, aunque debemos dejar de hacerlo cuando aprendan a darse la vuelta solos.
El pañuelo utilizado debe ser suave y no muy grueso, cuadrado, de entre 1 y 1,20 metros de lado. Es esencial envolver con firmeza, ya que si la tela está suelta no transmite una señal eficaz de regulación al sistema nervioso.