Hemos encontrado este precioso artículo que queremos compartir con vosotras sobre la maravilla de la oxitocina. Lo ha escrito Irene García Perulero, una estupenda bióloga.
Originariamente se publicó en Tu bebé. Pinchando aquí puedes ver el enlace.
Nada más nacer, el bebé y la madre se miran y los altos niveles de oxitocina producidos durante el parto se disparan en los dos. ¿Casualidad?
Nada de eso, la naturaleza no deja nada al azar.
Seleccionó estos mecanismos neuroendocrinos durante muchos millones de años para garantizar la salud física y psíquica de la madre y de su hijo.
Los neurocientíficos consideran este primer contacto como una “ventana de oportunidad” en la que el cerebro de la madre puede “recablearse” e incluso “reparar” algunos mecanismos, porque justo en ese instante se activa el instinto maternal.
Sus funciones
La primera función que se le atribuye a esta hormona, también conocida como hormona del amor, es el desencadenamiento del parto. Es la responsable de crear las potentes contracciones que dilatan el cuello del útero y facilitan el paso del bebé por el canal del parto.
Nunca en la vida de una mujer habrá niveles más altos de oxitocina en sangre que durante el nacimiento de sus hijos, tal vez solo durante su propio nacimiento.
También juega un papel destacado en el puerperio, ya que es la responsable de que la leche producida en la glándula mamaria salga cuando el bebé succiona.
La lactancia materna contribuye a que los niveles de oxitocina se mantengan altos, lo que favorece la construcción del vínculo de apego entre la madre y su bebé.
Esta gran presencia de la hormona del amor en el organismo de la mujer después de nacer el bebé está relacionada con una mayor habilidad para responder a las necesidades del recién nacido, así como un menor riesgo de sufrir depresión posparto.
La oxitocina en el puerperio “activa” los sentidos de la madre haciendo que detecte y responda con mayor facilidad e inmediatez a los reclamos del bebé. Además, consolida lo que se denomina “memoria materna”, que hace que las madres no primerizas se lo tomen todo con más calma.
La insuficiente liberación de oxitocina natural en el torrente sanguíneo, imprescindible para los nacimientos, la lactancia y los orgasmos, nos lleva a partos instrumentalizados, lactancias no placenteras y relaciones sexuales insatisfactorias.
El placer engancha
En los seres humanos todo está diseñado para que se formen vínculos: piel desnuda, las manos, los ojos en frente de la cara, el lenguaje oral, la música, la danza, la escritura, el parto, el sexo, la lactancia materna, las sonrisas, los gestos, la capacidad de reír, el humor, la pintura, el llanto, el consuelo, las caricias, los abrazos, la crianza… Y todo está mediado por la oxitocina, que tiene la facultad de producir placer y de activar los centros de recompensa.
La naturaleza premia los comportamientos que mejoran la supervivencia de la especie, y cuidar de las crías, sin lugar a dudas, lo hace. El premio es el placer.
Mirar a un bebé activa todos los centros de recompensa del cerebro de los adultos, aunque no tengan hijos.
Los bebés están diseñados para que, si los miras, quieras cogerlos, y, si los coges, quieras cuidarlos.
La lactancia materna, el colecho, el contacto piel con piel, el porteo, la mirada, el tiempo, el dejarse llevar…, todas estas acciones aumentan las concentraciones de oxitocina en un círculo vicioso en el que no hay límites: cuanta más oxitocina, menos estrés, menos tristeza, más clama, más amor, vínculos más fuertes. Y más placer.
Ser madre debería ser un placer, de principio a fin, pero para eso es necesario proteger la oxitocina.
¿Y eso cómo se hace?
Pues muy sencillo.
Tan solo permitiendo que se produzca de forma natural durante el parto, evitando que la mujer pase por situaciones de estrés o miedo, favoreciendo espacios donde parir desde la confianza, acompañada por quien la mujer elija, protegiendo ese primer tiempo tras el nacimiento, sin separaciones innecesarias, y fomentando la lactancia materna, el contacto físico, las caricias, el colecto, el porteo, el tiempo compartido entre las madres y sus crías.