La serie está basada en las memorias de Jennifer Worth, en las que recoge sus experiencias como matrona en el East End de Londres en los 50.
La serie aborda temas muy duros, lo más quizás sea la extrema pobreza en una Inglaterra todavía no recuperada de la II Guerra Mundial y cuyo barrio todavía sigue teniendo escombros de los bombardeos. Aún en medio de la pobreza hay una gran riqueza que es el amor de las matronas y monjas hacia las madres y los bebés. Esa delicadeza femenina que le ponen a todo lo que hacen, limpieza, eficacia, amor, profesionalidad.
Es una serie donde se ve perfectamente cómo se atendían los partos antiguamente. Qué decir tiene que hay un montón de cosas de entonces que hemos perdido en el camino y otras en las que hemos mejorado. Pero lo mejor de todo en la serie es el componente humano: el tratar a la madre como el ser más importante en ese momento. Con una delicadeza y respeto sublime hacia lo que va a hacer: traer una vida al mundo con su propio cuerpo y esfuerzo. Cada nacimiento de un niño, donde no se repara en disimulos, supone una inmensa alegría.
Las monjas se muestran como personajes totalmente realistas que no se escandalizan por atender a prostitutas llenas de enfermedades, o a mujeres con problemas mentales, o a una mujer que lleva años sin ducharse. La escena en la que las monjas adecentan su casa, llena hasta de ratas y le preparan una tina de agua caliente donde la bañan y le quitan la roña acumulada de años, le cortan el pelo y le cortan unas uñas de los pies largas y pegadas ya a unas botas, es de las escenas más conmovedoras y llenas de belleza de la serie. Cuando la ves piensas: esto tiene que ser la mano de Jesús en la tierra. Esas miradas de amor de las monjas y las matronas hacia esa mujer desheredada, repudiada por la sociedad configura una de los mejores ejemplos de lo que debe ser el amor y la entrega a los demás.
Espero que la disfrutéis.