Los sabios llevaban días con sus frías noches atravesando el desierto que les llevaría al emplazamiento llamado Belén en los montes de Judea. Seguían una estrella que les comunicaba que alguien muy especial había nacido. Llevaban como muestra de su alegría tres grandes regalos: Oro, incienso y mirra.
Cuando llegaron encontraron a la Sagrada Familia iluminada por una luz mezcla de paz y sosiego. María, una mujer recién parida y en pleno puerperio, amamantaba a Jesús y lo estrechaba en su pecho para darle el calor de madre, el alimento de vida. José miraba complacido a su esposa y a su hijo, respetando esa especial conexión que se establece entre madre y recién nacido.
El parto sobrevino sin avisar después de unas largas jornadas caminando y sobre una mula. Se hizo entre animales y en un humilde pesebre. No hubo intervención de nadie, tan solo de la naturaleza y quizás de la ayuda de José que ayudó con sus palabras a María para que pudiera dar a luz. Quizás él mismo cortó el cordón umbilical y apañó un arrullo para que el bebé no se enfriara.
Imaginamos a María dando a luz en calma y sosiego, sin las prisas de un tocólogo empeñado en hacer una episiotomía, sin las exigencias de una enfermera en ponerle una vía para inyectar oxitocina sintética. Imaginamos a María confiando en sí misma y en su capacidad para dar vida.
Cuando llegaron los Reyes Magos María ya conoce bien a su bebé, ya sabe que cuando se mueve un poco es porque ya va teniendo hambre y María no mira un reloj para ver si han transcurrido tres horas desde la última toma. María da el pecho a demanda como vienen haciendo las mujeres que la han precedido en su familia. No ha leído manuales ni consultado en internet pero sabe hacerlo. Su poderoso instinto no le deja hacer otra cosa que satisfacer las demandas del recién nacido.
Nos hemos permitido esta pequeña licencia a modo de cuento el día más mágico para os niños de cuántos hay. Que la magia que vuestros hijos desprenden ahora mismo perdure en vuestros corazones para siempre y os acompañe en el camino de vuestra vida. Nada hay más puro que la inocencia de un niño y su fe ciega en que unos magos pueden recorrer las casas de todo el mundo para dejar sus regalos a los niños.
¡Feliz epifanía!