A los adultos nos preocupa mucho que los niños coman. Tanto que a veces incluso le damos más importancia a la cantidad que a la calidad de lo que comen. Y es que nos creímos eso de que los niños crecen porque comen (“¡si no comes no crecerás!”) y es justo al revés: Los niños comen porque crecen. La relación de los niños con la comida es muy importante. Comer debe ser sinónimo de nutrición y placer, y no un momento de tensión y ansiedad. Se ha demostrado que forzar a los niños a comer se relaciona con el desarrollo posterior de problemas asociados a la alimentación. Su salud emocional y física puede verse afectada por una mala relación con la comida. Conviene recordar que los transtornos alimentarios son problemas de salud y de conducta muy serios.
Expertos de disciplinas diversas (nutricionistas, pediatras, psicólogos…) coinciden en que jamás hay que obligar a comer a un niño. Debemos proveerlos, a la hora de comer, de un ambiente tranquilo y de una alimentación equilibrada. La cantidad, sin embargo, la decidirán ellos. Es importante fomentar su autonomía para que establezcan un vínculo saludable con su alimentación. Todos los animales comen lo que necesitan y eligen la dieta adecuada para su especie. Cuando los niños rechazan las verduras, por ejemplo, insistir no mejora la situación. Lo único que debemos hacer es retirar de su alcance los alimentos no saludables (si se come un helado seguro que no querrá verduras), dar buen ejemplo (que el niño nos vea a menudo comer verduras) y nada más. Ni premiar ni castigar, porque le estaremos enseñando a usar la comida como pieza de cambio, y a focalizar problemas en la alimentación.
En España, uno de cada tres niños padece sobrepeso u obesidad. Deberíamos entender que los niños no necesitan comer más, sino comer mejor. Como dice el pediatra Carlos González en su libro Mi niño no me come: “No obligue a comer a su hijo. No le obligue jamás, por ningún método, bajo ninguna circunstancia, por ningún motivo”. A comer no se obliga. Nunca.
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