Os compartimos este texto de Rosa Sorribas, publicado en la revista Ser Padres, que nos parece fundamental su lectura.
Los besos y achuchones que le damos a nuestro bebé nunca son demasiados. Cuando nuestro pequeño pide brazos no lo hace por capricho. El contacto físico es, para él, una necesidad tan importante como comer o dormir.
No hay estudios que hablen de los males de los niños “sobreachuchados”. Sin embargo, si existen (y muchos) los que demuestran las carencias, en todos los sentidos, con las que crecen las personas que no han tenido contacto físico cariñoso en los primeros meses de vida. Para muchos expertos, los primeros meses del bebé son la continuación del embarazo, por lo que los primeros meses deberían ser lo más parecido a una gestación extrauterina, recreando en la medida de lo posible las condiciones que el pequeño tenía cuando estaba en la barriguita: “Es importantísimo que el bebé sea llevado en brazos o con algún portabebés, masajeado con nuestras manos como lo hace el líquido amniótico, que escuche nuestros latidos y nuestra voz como cuando estaba dentro. El continuo contacto con el bebé por parte de la madre hace que se pongan en marcha una serie de reacciones hormonales que facilitan la tarea de la crianza”, explica la consultora de lactancia Rosa Sorribas.
Una cuenta corriente de emociones
El contacto físico con la madre no solo garantiza la supervivencia del bebé. Durante los primeros meses de vida se sientan las bases de nuestro desarrollo emocional: ¿somos confiados, tolerantes, con una buena autoestima? Parece increíble, pero muchas de estas cualidades pueden estar determinadas por la forma en que nos trataron los primeros meses de vida. “Desde la concepción hasta el primer año tras el parto, el bebé está desarrollando el cerebro primitivo, lo vegetativo, lo instintivo. Es lo que se conoce por período crítico biofísico, la etapa en la que más daño psicológico puede sufrir un ser humano. Son las bases de lo que vamos a ser toda nuestra vida.Si se gesta un apego seguro, el niño crecerá desde la seguridad y la autoestima”, explica la psicóloga infantil Laura Perales. Podemos pensar en una cuenta corriente que se abre cuando nace nuestro bebé y que tenemos que llenar con besos, abrazos y mimos. ¿A que tener las reservas de amor llenas nunca está de más?
Besos que enseñan
Cuando besamos y abrazamos a nuestros hijos no solo les estamos nutriendo emocionalmente. Si el amor es el motor que hace aprender a nuestro hijo, el contacto físico cariñoso es la gasolina que lo hace funcionar. “El funcionamiento del cerebro durante el primer año es más rápido y extenso de lo que se conocía y el desarrollo cerebral es más sensible a factores ambientales de lo que se pensaba. La influencia del medio ambiente a temprana edad deja huellas para siempre”, cuenta Victoria Peralta en su libro, El mundo del bebé (Ediciones Novedades Educativas).
Basta con observar a un bebé jugando para comprobar que la seguridad y el apego están íntimamente relacionadas con el aprendizaje. Joan está jugando en su parque. Acaba de descubrir que puede meter los aros en una pirámide. De vez en cuando para, busca a su mamá con la mirada y sigue explorando contento cada vez que ella le devuelve la mirada con una palabra cariñosa. Sin embargo, en el momento en el que ella va a la cocina y el peque la busca con la mirada y no la encuentra, interrumpirá el juego y seguramente romperá a llorar si no la ve o escucha su voz.
“El cerebro se desarrolla en mejores condiciones cuando criamos con afecto. Cada vez que abrazamos, besamos o cogemos en brazos a nuestro bebé, se generan oxitocina y endorfinas, asociadas al placer. Además, tanto las endorfinas como la oxitocina, favorecen que se desarrollen y refuercen las conexiones neuronales en las áreas relacionadas con la inteligencia, el pensamiento y el lenguaje. Pero lo más importante es que no hacerlo incide negativamente en el desarrollo cerebral, por ejemplo con atrofia del hipocampo. Los niños que no reciben afecto tienen un cerebro un 20 ó 30 % menor que los que sí lo reciben”, añade Laura Perales.
Y no solo se cuida el aprendizaje y la salud emocional, el bienestar físico de nuestro bebé también se ve beneficiado de estar muy cerquita de nosotros. Los bebés nacen con muy poca flora bacteriana y necesitan estar en contacto con bacterias conocidas como las de papá y mamá. Con el parto vaginal y el contacto físico, especialmente si es piel con piel, se consigue que estas bacterias vayan colonizando la piel del bebé y protegiéndolo de agentes externos. Con la lactancia materna se coloniza el sistema digestivo con bacterias intestinales de la madre, adaptándolo para la digestión de alimentos externos.
La mamitis del bebé no es un capricho, es una necesidad
Entonces, ¿qué pasa con los bebés “enmadrados” o que teóricamente sufren de “ mamitis”? Pues sencillamente que van a ser más confiados, independientes y felices que aquellos a los que se les han racaneado besos “para que no se acostumbren”. Cuando los niños nos piden brazos no lo hacen por capricho, falta mucho para que el pequeño pueda llegar al nivel de razonamiento que le permita manipularnos. Ellos son puro instinto, pura necesidad. Así que, ante comentarios de este tipo, podemos responder simplemente “es mi hijo, gracias”, o recordarle al consejero bienintencionado que esperamos que se acostumbre a nuestros abrazos.
¿El mejor consejo? Seguir nuestros instintos, confiar en que eso que nos pide el cuerpo, que es atraer al bebé hacia nosotros cuando llora, tenerlo cerca de día y de noche o comernos a besos esos mofletes es lo mejor para nuestro hijo. No se va a gastar ni lo vamos a malacostumbrar, así que ¡besos, besos y más besos!
Asesoras: Laura Perales, psicóloga infantil especialista en prevención de Crianza Autorregulada y Rosa Sorribas, Consultora de Lactancia IBCLC de Crianza Natural.